VIEWING ROOM — LOURDES GROBET

Lourdes Grobet (Ciudad de México, 1940) es una de las fotógrafas contemporáneas más reconocidas del panorama artístico actual. Su trabajo sobre la lucha libre mexicana le ha valido un amplio reconocimiento internacional, consolidando su mirada sobre la cultura urbana del país. RocioSantaCruz recoge una cuidada selección de su obra en la exposición Lourdes Grobet. Lucha libre, que podrá visitarse en la Librería ArtsLibris, ubicada dentro de la galería, a partir del 5 de febrero. Con motivo de la publicación de su fotolibro, Lucha libre. Retratos de familia, editado por RM y disponible en ArtsLibris, RocioSantaCruz prepara un extenso programa de actividades y diálogos en torno a la obra de la fotógrafa en el patio de la galería. 

“Regresé a México, quemé todo lo que había pintado y dibujado”

Lourdes Grobet usa la fotografía para deshilar las costuras del poder y de la censura. Su arte recurre a las prácticas interdisciplinares o, mejor dicho, antidisciplinares: cine, instalación y performance se unen en la experimentación visual de esta fotógrafa, cuya mirada se dirige siempre hacia los puntos ciegos de la representación. Su obra es una búsqueda constante de nuevos lenguajes artísticos, a la vez que un desacato ante todo tipo de autoridad formal o conceptual. No es la técnica la que marca el ritmo, sino la afirmación de la libertad.

Grobet se formó en Artes plásticas en la Universidad Iberoamericana de México. Tuvo claro su interés por la expresión visual desde niña, cuando una hepatitis la obligó a guardar cama. La enfermedad y el reposo le ofrecieron un espacio para redefinir su relación con su entorno y con ella misma. Empezó a dibujar. A través de los ojos, cuenta la artista, lograba comprender el mundo de una forma más clara, más intensa. Estudiar pintura era un paso lógico. Sin embargo, su paso por la academia supuso una ruptura con lo establecido, con los cánones y esquemas que dictaban la producción artística. También con la pintura. Ahí conoció a Mathias Goeritz y Gilberto Aceves Navarro, quienes la acercaron a las prácticas multimedia. Viajó a París a finales de los sesenta, empapándose del espíritu revolucionario que llenaba las calles y los movimientos culturales. Cuando regresó a México, dejó la pintura y tomó la fotografía como lenguaje principal.

La fotografía de Grobet se desarrolló en un contexto de efervescencia y creatividad. La década de los setenta en México fue testigo de un periodo de rebelión contra el conservadurismo de las propuestas artísticas tradicionales. Surgieron clubes y colectivos de experimentación fotográfica, arraigados en la experimentación y la búsqueda colectiva de nuevos horizontes expresivos. Estos espacios marcaron la trayectoria de Grobet. Para ella, la imagen no es un objetivo, sino un soporte que permite a la autora darle cuerpo a una idea, capturarla, compartirla, abrirla al diálogo entre su mirada y la del público. La fotografía le brinda la posibilidad de abrir su arte a lo colectivo, de democratizarlo. Como apuntaba Walter Benjamin, la infinita reproducibilidad de la imagen fotográfica rompe con las jerarquías asociadas a la idea de un original. La fotografía no se mide por el poder de adquisición del “objeto” –pues del mismo negativo pueden hacerse incontables copias–, sino por la capacidad de transgredir su propio contexto de producción, de llegar a públicos imprevistos.

“Somos una cultura de enmascarados”

Grobet despliega una mirada intuitiva, a la vez que coherente. La suya no es una coherencia fruto de las convenciones, sino que nace del deseo de mostrar aquello que permanece oculto, apartado, relegado a los márgenes de la sociedad. Su trabajo sobre la lucha libre explora las raíces culturales del México urbano. Durante décadas, ha retratado a los personajes más emblemáticos del ring, dentro y fuera de éste. Los retratos de Grobet parten de una prohibición de infancia. Su padre, aficionado a la lucha libre, se negó a llevarla a los combates por ser mujer. Su reacción, años más tarde, fue hacerse un hueco en la escena armada con una cámara. De esa transgresión simbólica fue trenzándose, poco a poco, un archivo extraño y tierno. Un repositorio de vidas, rituales y máscaras.

La cámara, según Grobet, es siempre un elemento agresor. Una forma de violencia. Es por ello que su práctica como artista piensa en la relación antes que en el resultado. “Si no establezco relación con la gente a la que voy a fotografiar, no puedo sacar la cámara”, afirma. Resulta revelador que, en escenario tan aparentemente feroz como la lucha libre, la fotógrafa ponga de relieve la violencia de la mirada. Uno de los puntos fuertes de su obra es, precisamente, la habilidad de ahondar en las relaciones de poder que atraviesan el campo de la representación. La lucha libre, afirma, no es un deporte violento. “Sí hay violencia, pero es muy fundamental: es el encuentro de dos cuerpos”. Grobet profundiza en este delicado equilibrio entre lo fundamental y lo artificial, el cuerpo y la máscara, el golpe y la coreografía. El resultado es elocuente: la fotógrafa logra desplazar la violencia, ir más allá de su exagerada exhibición, y componer un paisaje visual más complejo, más rico. Mientras que la violencia de la lucha libre es más paródica que cruel, Grobet nos insta a cuestionarnos las violencias

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